dimanche 11 mars 2012

Prostitucion... y sus manifestaciones!

La vida oculta de M.

Una barcelonesa relata en un libro su terrible experiencia de 10 años de prostituta

Una existencia llena de secretos y mentiras, que equivale a no existir para la sociedad

"Me prostituí durante mucho tiempo solo por las tardes”, recuerda la autora / GEORGE DOYLE (STOCKBYTE )

Yo pertenecía al grupo de putas de nivel medio. No era ni de las de lujo ni de las baratas. Porque no es como muchas personas creen, que solo existe la prostitución de alto nivel y luego la esclavitud, sino que hay mucho más. Una de las cosas que he comprobado a lo largo de los años es el increíble desconocimiento que la sociedad en general tiene de cuántas mujeres se dedican a la prostitución de manera oculta, aunque lo hagan esporádicamente. El puterío es como la sombra psíquica. Todos creen que “de eso” no tienen, pero rascas un poco y en todas las familias asoma. Además, el puterío no existiría sin la sombra, y crece en la sombra.

Yo lo hice durante mucho tiempo solo por las tardes y ni siquiera durante muchos meses seguidos. No aguantaba tanto, lo dejaba y regresaba cuando se me acababa el dinero ahorrado. Otras lo hacían solo a ratos; eran las “chicas de contactos”, una categoría diferente. Otras eran putas de fin de semana; otras, de a diario durante ocho horas, como en cualquier curro de oficina. Muchas estaban casadas, o tenían familia con la cual convivían, y les contaban un cuento. Decían que cuidaban abuelos, niños, o que limpiaban, o que estaban en una agencia inmobiliaria, o... auténticas películas... y colaban. Lo dicho: esto es como la sombra. Cuesta ver esa realidad en “tu” familia (...).

En mi caso, y por lo menos en la superficie, lo que me catapultó al puterío fue el desengaño hacia los hombres, unido a una dificultad económica, en un momento en que mi proyecto de vida hizo agua. Tenía 21 años y era una chica culta, universitaria y normalita en todo lo demás. Vivía en casa de mis padres (...). Pero hoy sé que los problemas con los hombres y con mi manutención, en mi caso, eran temas directamente relacionados. Y esto nos lleva a otras razones más profundas para que yo terminara siendo puta, razones no evidentes y escondidas hasta para mí misma (...).

Tenía 30 años cuando regresé a casa de mis padres y aún tuve suerte porque me aceptaron sin poner pegas. Pudo haber sido peor; hay mujeres que no tienen adónde regresar, dónde caerse muertas un tiempo mientras intentan empezar otra vez de cero. Afronté una nueva etapa de búsqueda de trabajo e inicié nuevos estudios. Por estudiar que no quedara. Sin embargo, aún tuve que seguir trabajando de puta, aunque durante menos horas, para pagar mis gastos y mantener un mínimo de independencia. Era aceptable comer y dormir en casa de mis padres, pero con 30 años pedirles dinero para comprarme un libro, salir el fin de semana o pagarme unos nuevos estudios, pues no.

“Ya no obtenía ninguna satisfacción de mi ‘oficio’. Hasta el dinero que ganaba me daba asco. Pero no ganarlo era peor”

Aquella fue la etapa más dura, porque ya no soportaba prostituirme más y me enfermaba cada dos por tres. No veía la manera de terminar con mi situación, porque además parecía que no había modo de encontrar otro trabajo. Enviaba currículos, pero nadie me llamaba ni para decirme que no. Muchas veces llegaba hasta el lugar de mi trabajo como puta y sentía que no podía llamar al timbre. Entrar en el edificio, subir en el ascensor y encerrarme en aquellas cuatro paredes para ser follada otra vez se me antojaba insoportable, superior a mis fuerzas. Entonces daba media vuelta, me iba al parque cercano, me sentaba en un banco y tomaba aire. A veces lloraba de impotencia. Luego me enfadaba por llorar y me repetía a mí misma: “Piensa, piensa, piensa. ¿No eres tan lista? Algo se te tiene que ocurrir”.

Pero no sabía qué más pensar. Era como si mi cerebro no supiera funcionar correctamente en lo relativo a encontrar un empleo. Al final razonaba que de momento tenía que ir a trabajar de puta un día más. La jefa y los clientes me estaban esperando unas calles más allá, se trataba de no pensar tanto, era mejor ir a trabajar y dejar las reflexiones para otro momento. Al final iba. No me daba cuenta de que en realidad no “tenía” que ir más, y que lo que pasaba es que no sabía dejarlo. Toda mi estructura mental relativa a la supervivencia material estaba dañada o distorsionada desde su raíz, desde mi infancia. Por eso, aunque veía que mi vida iba mal por ese camino, no sabía cambiar. Para remate, ya no obtenía ninguna satisfacción de mi oficio. A esas alturas de mi historia, hasta el dinero que ganaba me daba asco. Pero no ganarlo era aún peor. Estaba hecha un lío.

Finalmente, conocí a una mujer terapeuta, pero desde que la conocí hasta que empezó a tratarme aún pasaría un año. Durante ese tiempo trabajaba cada vez menos y peor, porque ya no podía más. Tenía síntomas raros, médicamente no explicables, porque en las analíticas no veían nada. Cistitis crónica no infecciosa, inflamación en los ovarios, vaginitis inespecífica, vértigos, contracturas aquí y allá sin razón aparente. O sensaciones extrañas, como notar un frío gélido que me envolvía la cintura, el vientre, las lumbares. Y no se aliviaba con nada: ni con baños calientes, ni envolviéndome telas de lana alrededor del cuerpo, ni metiéndome en la cama. Me dolía todo el cuerpo, casi no podía follar, porque cada penetración me dolía como si me golpearan el cuello del útero con una barra de hierro. Sentía que perdía energía, que mi cuerpo era como un vaso rajado desde el que se escapaba el agua. A veces me sentía vieja y agotada, y andaba como zombi. Me medicaba constantemente para los espasmos musculares, las contracturas, las migrañas, las anginas crónicas, los resfriados, los hongos, qué sé yo. Estaba harta de recurrir al Gine-Canestén o a los óvulos de blastoestimulina en el coño para poder trabajar. Ya no sabía cómo era mi cuerpo en estado natural.

El colmo fue cuando empecé a tener pequeños sangrados rectales, unidos a dolores internos extraños. Sentía como si tuviera púas metálicas atravesándome el colon y me acojoné. ¿Qué cuernos me estaba pasando? Tuve miedo, no de morirme, que hubiera sido un alivio, sino de mal morirme. Porque los médicos no veían nada superficial. Debía de ser algo escondido, profundo. Tenían que hacerme pruebas a fondo en el hospital y el pavor me invadió. Me vi entrando en una espiral de médicos, pensé en tumores, cáncer, qué sé yo. No fui capaz de decirlo en casa. He aquí una muestra de la gran confianza que ha existido entre mis padres y yo. Todo lo escondí. Aparentemente yo era feliz, todo estaba bajo control, pero mi vida hacía agua.

En ese estado de pánico y agobio, al fin me entregué a las sesiones de terapia. Pensé que tal vez fuera a morir, pero al menos quería hacerlo del mejor modo posible. No quería meterme en un hospital sin más y dejar que me llevaran de aquí para allá, que todos empezaran a decidir por mí, sin haber tenido ni tiempo de detenerme, de descansar de mi vida, de revisar mi interior, de reflexionar. Entonces, gracias a la terapia descubrí... Ah, ¡no puedo resumirlo! Tengo que utilizar una metáfora. Tengo que decir que fue como en la película de Matrix. Vi. Y lo que vi, aunque me dejó KO, me hizo despertar, cambiar.

Pero ahora digamos, para acabar, que dejé la prostitución gracias a dos cosas: una, a haber cuidado mis relaciones humanas y amistosas ajenas al ambiente de trabajo, gracias a las cuales ciertas personas finalmente me ayudaron (terapeuta incluida). Dos, a haberme atrevido aver, a elegir siempre consciencia frente a inconsciencia. Por duro que sea lo que descubras acerca de tu vida o de la vida en general, por mucho que al destapar la caja de Pandora te parezca que la realidad es horrorosa o un espanto, es mejor saber. Eso te permite afrontar el verdadero origen de tus males y dejar de odiarte; además, te capacita para entender mejor la realidad en que vivimos. De otro modo, no puedes buscar caminos de vida diferentes. Estás atrapado, como en lamatrix, en inercias, programas mentales, etcétera.

Tal vez lo más difícil sea lo segundo: asumir ser conscientes, elegir siempre saber frente a no saber. No es un camino que todos deseen andar. Mi mejor amiga de la prostitución murió, en parte, porque no quiso andarlo. Le daba más miedo afrontar su realidad y pedir ayuda como puta confesa que sufrir una larga y penosa enfermedad, como finalmente sucedió.

Islandia y sus mujeres...

Aurora boreal

La testosterona de sus banqueros y sus bravuconadas económicas hicieron caer a Islandia

Las mujeres se han hecho cargo de la isla y han puesto en valor un concepto: sostenibilidad

A la izquierda, la primera ministra islandesa, Jóhanna Sigurdardóttir, y Katrin Jakobsdottir, siguen el resultado electoral, en abril de 2009. / BOB STRONG (REUTERS)

En Reikiavik hay un espléndido edificio de cristal negro, grande y hermoso frente al mar, en un lugar en el que hace tres años no existía más que un solar vacío. Lo sé porque estuve allí hace tres años, en un momento terrible para Islandia, un país arruinado por la excesiva testosterona de sus banqueros, el primero en sucumbir a la recesión, el que sufrió la caída más dura. En aquellos primeros meses de la crisis, la pequeña, rota y desesperada Islandia (población: 320.000) constituyó un anuncio del Apocalipsis para las grandes naciones de Europa occidental. Sin embargo, hoy, ahí está ese edificio nuevo y reluciente, una imagen de opulencia y modernidad tan extraordinaria como el Museo Guggenheim de Bilbao, estrambóticamente fuera de lugar en esta Lilliput nórdica de casitas de Lego pintadas de rojo, amarillo y azul. No podía apartar la vista del edificio, ni de día ni —sobre todo— de noche, cuando su multitud de ventanas asimétricas y marcos irregulares cambiaba continuamente de colores, como en una imitación líquida de la aurora boreal.

¿Qué ocurrió en Islandia? ¿Qué ha ocurrido en estos tres años para que surja, de las cenizas del desastre económico, una construcción tan extravagante? Lo que ha ocurrido es que las mujeres se han hecho cargo del país y lo han arreglado. Y ese edificio, el primer auditorio nacional de conciertos en la historia de Islandia, donde la compañía nacional de ópera representa en estos días, con el aforo completo, La Bohème de Puccini, es la encarnación del cambio que se ha vivido. Porque nos dice que Islandia no se hundió, que el país ha vuelto a levantarse; y porque la persona que decidió construirlo o, más bien (y con algo más de polémica), no interrumpir su construcción después delcrash financiero, fue una mujer.

El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones y la moneda es estable

Quería conocer a esa mujer. No por los motivos habituales que empujan a los periodistas a escribir sobre mujeres poderosas —porque hubiera triunfado en un mundo de hombres—, sino precisamente por todo lo contrario. Porque esa mujer simboliza una tendencia en Islandia, o, más que una tendencia, una revolución, un golpe de Estado. Desde que se produjo la crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, las mujeres se han adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan, en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el Gobierno, la banca y, en creciente medida, la empresa.

Los tres bancos principales de Islandia quebraron en octubre de 2008 y dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces el PIB del país. Islandia, que hasta entonces ocupaba el primer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (es decir, el mejor sitio para un ser humano en el planeta Tierra), se encontró mucho más allá de la bancarrota. Y se echó la culpa a los hombres. Los hombres le echaron la culpa a los hombres. En el partido del Gobierno dominaban los hombres, los banqueros casi sin excepción eran hombres y los temerarios, absurdamente ambiciosos, impulsos que condujeron a una pequeña nación de pescadores a creer que todos se estarían bañando en champán francés por el resto de sus días eran categóricamente, exclusivamente, decididamente masculinos. Así que entonces, como comentó el Financial Times en aquel momento, aparecieron las mujeres para arreglar el lío. El primer ministro fue sustituido por la primera mujer en la historia de Islandia en ocupar el cargo, Jóhanna Sigurdardóttir (gay y casada, con dos hijos de un fallido matrimonio anterior con un hombre), que continúa ejerciéndolo hoy. Las mujeres constituyen la mayoría del Gobierno, cinco carteras ministeriales, frente a cuatro hombres. Se despidió a los consejeros delegados (todos varones) de los bancos que habían quebrado, se cambió de nombre a las entidades y se colocó en sus cargos a mujeres. Cada vez más mujeres se hacen empresarias o empiezan a aparecer en los consejos de administración de empresas privadas. Por escoger entre numerosos ejemplos, la consejera delegada de la mayor compañía de seguros de Islandia en la actualidad es una mujer, igual que la responsable para el país de Rio Tinto Alcan, que encabeza el poderoso sector nacional del aluminio.

Somos un país con mucha determinación y mucha ambición

El tópico, desde Margaret Thatcher, es que las mujeres en puestos de poder son, por necesidad, damas de hierro, que triunfan a base de pensar como hombres. La proposición que me planteé explorar en Islandia fue si el cambio había sido lo suficientemente profundo como para que a los hombres no les haya quedado más remedio ahora que pensar como mujeres.

En Islandia, todo el mundo conoce a todo el mundo. Todos son primos, de una forma u otra. De modo que, cuando pregunté a varias personas si me podían poner en contacto con la mujer de la sala de conciertos, cuyo título exacto es, desde febrero de 2009, ministra de Educación, Ciencia y Cultura, todo el mundo sonrió de inmediato: “¡Ah, Katrin!”.

“Se quedará asombrado cuando la vea”, me dijeron. “Tiene tres hijos, pero nadie lo diría”. “Es muy brillante”. “Sí, tremendamente inteligente”. “¡Pero parece que tiene 12 años!”.

Esto último era una exageración. La persona que se me acercó, con la mano extendida, cuando estaba sentado en una pequeña sala de espera del ministerio tenía aspecto de tener 16 años, por lo menos. Menos mal que me lo habían advertido, pensé; si no, nunca habría creído que era quien decía ser, la ministra Katrin Jakobsdottir, por si fuera poco vicepresidenta del partido socialdemócrata —oficialmente denominado Verdes de Izquierda—, que ocupa el poder. Botas Dr. Martens, vaqueros marrones, pelo lacio, esbelta, menuda: parecía una becaria en su primer día en la oficina, o la hermana menor, más dulce y menos seca, de la chica del dragón tatuado de Stieg Larsson. En realidad tenía 36 años y acababa de volver de disfrutar de su permiso de maternidad tras el nacimiento de su tercer hijo. Totalmente segura de sí misma (si sentía alguna incomodidad al tener como despacho un imponente salón ministerial, no lo delató) y tan lista como me habían dicho que era, no necesitó que le hiciera ni una pregunta para saber cuál era el primer tema que quería abordar con ella.

La sociedad islandesa está estructurada de tal forma que las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia

“Una de las primeras decisiones que tuve que tomar en este puesto fue si seguir adelante con el auditorio nacional o no”, dijo. Cuando asumió el cargo, hace tres años, me explicó, los cimientos estaban construidos, pero no había nada visible sobre tierra. El problema no era solo que la economía nacional estuviera destruida; el multimillonario que había concebido el proyecto, un hombre llamado Bjorgolfur Gudmundsson, que, entre otros excesos, había comprado el equipo de fútbol West Ham United, de Londres, se había quedado sin un céntimo. “Así que me reuní con la gente del Ayuntamiento de Reikiavik para decidir si debíamos seguir adelante con fondos públicos, suspender la construcción hasta que llegaran tiempos mejores o dar por terminado el proyecto. Decidimos seguir adelante”.

¿Por qué? “En parte, porque había 600 personas involucradas en la obra, en parte, porque llevábamos 40 años hablando de construir una sala de conciertos para nuestra orquesta sinfónica y pensamos que, si no lo hacíamos ahora, nunca lo haríamos, pero también porque pensamos que no seguir con el proyecto daría a la gente la sensación de que se prolongaba la crisis”. ¿Habría sido malo para la moral nacional que se interrumpiera, entonces? ¿Seguir adelante tenía un valor añadido que era superior al coste? “Sí. Exacto. Nos vimos obligados a hacer grandes recortes presupuestarios en todo el sector público, pero decidimos seguir. En su momento hubo mucha controversia, pero creo que ahora está desapareciendo. El auditorio se inauguró en la primavera de 2011 y, desde entonces, han acudido más de 800.000 visitantes. A la gente le encanta. Islandia es un país con una gran vida musical, y también somos un país con mucha determinación y mucha ambición. El edificio ha sido un símbolo y una inspiración para los islandeses”.

"Las cosas podrían estar mucho peor"

Un símbolo, entre otras cosas, del regreso a la salud económica. Jakobsdottir reconoció que las cosas podrían estar mejor, que la deuda hipotecaria de la gente corriente sigue siendo elevada, que las inversiones son bajas y que en Islandia, hoy, hay desempleo (justo por debajo del 7%), mientras que antes, no. El nivel de vida, en otro tiempo el más alto del mundo, ha caído, y la gente trabaja más por menos dinero. Pero, como observó el premio Nobel de economía Paul Krugman tras una visita reciente a Islandia, “las cosas podrían estar mucho peor” y aunque ese “no es el eslogan más estimulante del mundo..., cuando todo el mundo preveía un desastre total, equivale a un triunfo político”.

Mujeres en un balneario a 40 kilómetros de la capital isandesa. / T. ORN KRISTMUNDSSON (AFP)

Las cifras apuntan a un grado de solidez casi inimaginable hace tres años. El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones, la moneda es estable y, el año pasado, el FMI publicó un informe halagüeño. Por hablar de cosas que se entienden sin que haga falta saber nada de economía, la nueva sala de conciertos no es más que la señal más visible de una larga lista de éxitos. En mi reciente visita, asistí al festival gastronómico anual de Islandia, Food and Fun, que se celebra desde 2002 pero estuvo a punto de ser suspendido, por falta de dinero, en 2009, 2010 y 2011. Este año ha vuelto a florecer, con la participación de 30 cocineros de tres continentes y 25.000 islandeses que pagan 40 euros por cabeza en los restaurantes locales (hay un 50% más de locales de comida en Reikiavik que hace tres años) para saborear sus platos. Icelandair ha duplicado sus rutas desde 2009 y ha aumentado el número de pasajeros en un 20% anual. Se ha creado una línea aérea nueva, WOW, y el turismo también está en auge; las plazas hoteleras para julio y agosto de este año están ya prácticamente todas vendidas. Los precios de las viviendas acaban de subir un 10% y las ventas de Mercedes Benz, según me dijeron fuentes fiables, han aumentado de repente. En cuanto a la sanidad y la educación públicas, tan buenas que ni siquiera los fugaces multimillonarios de la época del boom sintieron la necesidad de pasarse a las privadas, no han sufrido en calidad pese a los recortes presupuestarios que ha tenido que hacer el Gobierno. Como prueba de la normalidad que se ha instalado donde antes acechaba el Apocalipsis, el debate fundamental entre los partidos de izquierda y derecha en el Parlamento es hoy la eterna y rutinaria cuestión de si hay que subir o bajar los impuestos. O si, después de haber recurrido con éxito a la devaluación de la moneda como mecanismo para recobrar la salud, ahora convendría incorporarse al euro.

Pero en lo que todos los parlamentarios están de acuerdo es en que la época del capitalismo de enriquecimiento rápido se ha terminado. La palabra clave, hoy, es sostenibilidad, y todos los partidos la repiten en sus declaraciones públicas. Y la sostenibilidad, en opinión de la ministra Jakobsdottir, es un concepto más femenino que masculino. Ella lo explica así: “Mucha gente achacó los excesos de los banqueros que nos causaron tantos problemas a una cultura masculina”. “En 2009, todo el mundo decía: ‘Lo que necesitamos es menos pensamiento de chulería masculina y más mujeres con ideas pragmáticas y estratégicas’. Lo que hemos aprendido desde entonces es que si queremos permanecer alejados de la crisis y construir, todos sabemos que hay que pensar no en el futuro inmediato, sino en los próximos 10 o 20 años. Esa no es la forma de pensar de un Gobierno dominado por hombres; esa es una manera de pensar femenina”.

"Nosotras hablamos de los sectores creativos"

Le pedí que me dijera en qué terrenos concretos se podían detectar estos cambios. “Hay muchos ejemplos. En general la influencia femenina se ve en este énfasis que le damos al desarrollo sostenible, en construir la economía pensando a largo plazo, de manera fiable y segura. Las mujeres piensan en esos términos porque está en su naturaleza. Un ejemplo más específico: cómo estamos encarando los temas de los impuestos y los presupuestos. La idea es analizar los diferentes impactos que el sistema tiene sobre los hombres y las mujeres, y ver cómo podemos ajustarlo para generar más igualdad entre los géneros. También se ve la influencia femenina en la discusión sobre el empleo. Los hombres se centran en cosas como la industria del aluminio. Nosotras hablamos de los sectores creativos. Hemos llegado a la conclusión de que las artes —en especial la música y la literatura— aportan tanto dinero al país como la extracción de aluminio. No creo que a los hombres se les hubiera ocurrido ni pensarlo”.

El centro de atención político cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno

Un dato que asombra en Islandia es que un país de 320.000 habitantes posea tal abundancia de talento artístico, sobre todo en la música, donde, aparte de una ópera nacional y una orquesta sinfónica nacional, existen numerosos grupos contemporáneos que producen todo tipo de cosas, desde la globalmente aclamada Björk hasta el trabajo experimental y esotérico de Kria Brekkan, que ha triunfado en Nueva York y con quien me encontré por casualidad delante del auditorio nacional. Aproveché la oportunidad para preguntarle si ella estaba de acuerdo en que las mujeres habían cambiado Islandia. Ojalá hubiera grabado su respuesta, porque fue de una lucidez cristalina, pero, en resumen, vino a decir que sí, “la fuerza masculina” que había definido el periodo en el que los islandeses habían intentado jugar a los bancos y convertirse en el pueblo más rico del mundo había sido reemplazada por una “fuerza femenina que está en la tierra, que no apunta a las estrellas, y que busca plantar raíces y trabajar para un futuro seguro”.

Hablé con muchas otras mujeres, y todas expresaron variaciones de la misma idea. Audur Bjork Gudmundsdottir, directora ejecutiva en una compañía de seguros, dijo que los problemas de Islandia partían de que la gente había estado corriendo demasiado de prisa, lanzándose a grandes aventuras sin pararse a examinar los detalles de lo que estaba haciendo. “Hoy, en los consejos de administración de las empresas, en los que se ve cada vez a más mujeres, se hace hincapié en la responsabilidad, no en correr riesgos ni en intentar hacer mucho dinero muy rápido”.

Birna Einarsdottir, una de las consejeras delegadas de bancos nombradas para desplazar a los hombres inmediatamente después de la crisis de 2008, dice que la gran lección que han aprendido los islandeses mientras salían de la recesión y entraban en el crecimiento ha sido: “Atenernos a lo que sabemos; no pasarnos de listos”. “¿Quién dijo que los islandeses eran los mejores banqueros del mundo? ¿De dónde salió esa idea? De modo que, ahora, la regla es ser humildes, conocer nuestras limitaciones y aprovechar nuestras ventajas. Y, en vez de pensar que sabemos todo, hacer preguntas; pedir ayuda”. Que es lo que hacen las mujeres; no los hombres.

De lo que de verdad entienden los islandeses, dijo Einarsdottir, es de pesca, que hoy tiene muchos más beneficios que antes de la crisis. Un ejemplo es una mujer de nombre impronunciable, Sjöfn Sigurgisladottir, que dejó en 2009 su puesto de directora ejecutiva de un organismo estatal dedicado a la seguridad alimentaria para crear una empresa de pesquería y piscifactoría con otras dos socias. Calculan que, para 2014, habrán creado 100 puestos de trabajo y estarán vendiendo más de 2.000 toneladas anuales de tilapia nórdica (un pescado de origen africano).

“Estamos entrando en una industria que antes era exclusivamente masculina”, me dijo una sonriente Sigurgisladottir, “y eso es sintomático de lo que está ocurriendo en Islandia desde la crisis. Las mujeres están asumiendo un papel mucho más activo en la economía, asumiendo más responsabilidad, y también nos apoyamos mucho más unas a otras, creando clubes de mujeres, aprovechando oportunidades más que nunca”.

Ayuda, continuó Sigurgisladottir, el hecho de que la sociedad esté estructurada de tal forma que, en Islandia, las mujeres no tienen que escoger entre el trabajo y la familia. Tanto desde el punto de vista cultural (al parecer, los vikingos se tomaban con bastante relajo que sus mujeres concibieran y se reprodujeran mientras ellos estaban lejos, dedicados a violar y saquear) como desde el de las leyes del Estado sobre custodia de los hijos y permiso de maternidad o paternidad, las mujeres islandesas han avanzado más que nadie. Según el último informe del Fondo Económico Mundial sobre igualdad de género, Islandia ocupa el primer lugar del mundo. (“Yo vivo parte del tiempo en Suiza”, me dijo Sigurgisladottir, “y la diferencia con el lugar que ocupan allí las mujeres en la sociedad es escandalosa”).

Las mujeres de Islandia habían alcanzado estos logros incluso antes de que la crisis financiera golpeara. Lo que ha ocurrido desde entonces es que han complementado la igualdad en el hogar y en el trabajo con un nuevo grado de influencia y autoridad en el corazón del poder político y económico. Siendo madre de tres niños de menos de ocho años, siendo la ministra responsable de educación, ciencia y cultura y la número dos en el partido de Gobierno (lo cual hace pensar que es una probable futura primera ministra), Katrin Jakobsdottir es la Amazona diminutiva que encarna estos grandes cambios.

Fue ella la que me dio la respuesta a la pregunta que me había planteado al llegar a Islandia esta vez. El cambio más grande de los últimos años era que, efectivamente, los hombres sí estaban pensando más como mujeres. “Tener un Gabinete con la mitad hombres y la mitad mujeres, y ahora con más mujeres, ha marcado la diferencia”, me explicó. “El centro de atención político cambia cuando hay más mujeres en el Gobierno; quiero decir que hay una diferencia en lo que se debate. Por eso en estos últimos tres años ha ocurrido algo grande e importante, y en lo que no creo que haya posibilidad de dar marcha atrás. Hemos cambiado la naturaleza de la discusión”.

mardi 6 mars 2012

Lenguaje y cinismo...

No digan recortes, llámenlo amor

Los eufemismos forman parte del discurso público desde que este existe, pero las épocas

de crisis pueden llevar el abuso de esta figura al límite de lo cómico o, a veces, de lo cínico

Los eufemismos son especialmente frecuentes ante la mala marcha de la economía. / SAMUEL SÁNCHEZ

No teman, amigos, nadie pretende bajar su sueldo. Es más bien una “devaluación competitiva de los salarios” lo único que proponen para España organismos internacionales como el Banco Central Europeo(BCE). Ya saben, atravesamos una época de crisis —o de “severa desaceleración”— y son necesarios recortes —perdón, quisimos decir “reformas” o, como mucho, “ajustes”— en varios ámbitos. Pero no hay que llevarse las manos a la cabeza: Cataluña no ha planteado en ningún caso introducir el copago en la sanidad pública, en absoluto, sino que trabaja en la idea de introducir “un tique moderador sanitario”. Y el Gobierno no ha subido el impuesto sobre la renta —ya había prometido durante la campaña electoral que no lo haría—, sino que ha dejado bien claro la vicepresidenta primera que esa modificación del IRPF consiste en un “recargo temporal de solidaridad”.

Dicen que este periodo de “crecimiento económico negativo” (la Gran Recesión, se empeñan en llamarla los tremendistas) no ha pasado la misma factura a todos, que ha salido más cara a la clase trabajadora que los a los pudientes. Esto no es sino “el impacto asimétrico de la crisis”. Así que muchos trabajadores han ido a engrosar la lista del paro, no tanto porque sus compañías les hayan despedido, sino porque se hallan inmersas en procesos de “racionalización de la red de oficinas”, por ejemplo, cuando se trataba de las cajas de ahorros que se han fusionado.

El BCE no habló de rebaja salarial, sino de devaluación competitiva

Circunloquios, perífrasis, rodeos, ambigüedades, tecnicismos ininteligibles, anglicismos innecesarios... Es viejo como el poder o como la seducción. El uso persuasivo del lenguaje forma parte del discurso público desde que este existe y se mueve en esa delicada frontera entre el maquillaje y la máscara. Pero el uso de los eufemismos se intensifica en tiempos de crisis, esas épocas de malas noticias y su abuso puede rayar en lo cómico o lo grotesco.

La idea de fondo es aquella de que de la rosa lo que importa es el nombre, que las cosas existen en tanto que se las nombran. El giro lingüístico explica que el lenguaje no es tanto un vehículo de expresión de un pensamiento previo, sino de formación de pensamiento en sí mismo.

O, por entregarse al tópico, que al final, de tanto llamarlo amor, acaba uno por convencerse de que es eso, amor, y no lo otro. Por eso lo llaman así.

El riesgo de los términos es que con el tiempo pierden su efecto

“La guerra de las palabras gana a la guerra de las políticas y tiene un efecto anestésico, sobre todo en periodos recesivos”, apunta Antón Costas, catedrático de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Barcelona (UB). “Los eufemismos tienen esa función, que no virtud, de anestesiar, pero a partir de ahí se puede abusar de ellos de forma cínica, grosera e incluso perversa”, añade.

El riesgo de este abuso, advierte el catedrático, es que, como marca la ley de la física, a toda acción le corresponde una reacción de la misma fuerza en sentido opuesto. O, siguiendo la imagen médica, “el lenguaje eufemístico debe tener cuidado porque esas palabras pueden adormecer un tiempo, pero cuando el enfermo despierte y vea lo que ha pasado puede dar un manotazo”.

Para Darío Villanueva, secretario general de la Real Academia Española(RAE), “hablar de crecimiento negativo es el colmo de todo esto, es una antífrasis que representa el absurdo, es como decir huelo caliente. Los poetas sí pueden jugar con eso y hablar de soledad sonora, pero hablar de crecimiento negativo es una antífrasis”.

Metáforas como
dieta o resaca en
economía no son inocuas

Luis de Guindos, el día se tomó los poderes como ministro de Economía el pasado 26 de diciembre, hizo una primera demostración de su manejo del lenguaje. De Guindos advirtió, sin mentar por un momento la palabra recesión, que España entraría en el año 2012 con una “tasa de crecimiento negativa” que iba “determinar el perfil en el que nos adentramos” y que, cómo no, iba a ser “relativamente desacelerado” (sic). Pero esto no debía ser sino un acicate —dijo— para emprender la “agenda de reformas”.

Poco después, se puso negro sobre blanco una de esas reformas, la laboral. Y al propio Guindos se le escapó aquello de que la reforma iba a ser “extremadamente agresiva” en una conversación con el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, que fue captada por cámaras y micrófonos

Fernando Esteve, profesor de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), recuerda que la economía “no es una ciencia al uso, tiene elementos muy claros de persuasión y, según te expresas, logra causar un impacto u otro”. Por ejemplo, “tú puedes decir medida de ahorro o de recorte para referirte a una misma decisión, y la sensación que generas es diferente: ahorro hace pensar en algo bueno y prudente y recorte en la pérdida de derechos”. Ahorro, por así decirlo, suena más a amor que recorte.

“Ahorro” implica un
concepto positivo,
y "recorte” suena a pérdida

Cada época tiene sus palabras fetiche, como cuando los albores de esta crisis no eran más que una “desaceleración” económica, como se empeñaba el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Y la burbuja inmobiliaria —que solo fue reconocida como tal cuando pinchó, es lo que pasa con las burbujas— solo iba a protagonizar un “aterrizaje suave de los precios”, por usar las palabras de algunos promotores.

Villanueva echa la vista aún más atrás: “Durante el franquismo también podíamos ver muchos eufemismos. Democracia, por ejemplo, era una palabra tabú, pero con el tiempo se pudo empezar a utilizar y se decía que el régimen era una democracia orgánica, la no orgánica era la mala. Las huelgas eran conflictos laborales y los partidos políticos, asociaciones”, recuerda.

El riesgo de los eufemismos —al margen del peligro de que le cojan a uno en plan descarnado, con un micrófono a traición— es que pierden su influjo con el paso del tiempo. Es algo muy teorizado por los lingüistas. “Cuando las personas ya se han acostumbrado tanto a esa palabra que lo asocian inmediatamente al concepto que se quería edulcorar, deja de ser un eufemismo y hace falta buscar otro para taparlo”, explica el periodista y escritor Álex Grijelmo, presidente de la agencia Efe, que ha estudiado el campo del lenguaje eufemístico y pone algunos ejemplos: “Campo de concentración fue, en principio, un eufemismo, o retrete, que era un lugar retirado, o puta, que se utilizaba para esquivar la expresión mujer pública”.

En el franquismo, la democracia era orgánica; la otra era la mala

Los medios de comunicación se suben la ola eufemística. “Están totalmente contaminados, ahora se habla de servicios de información, cuando no deja de ser espionaje”, apunta. En el campo económico, Grijelmo coincide en que “seguro que se podría establecer una correlación entre el PIB del país y el uso de eufemismos”. El autor de obras como La seducción de las palabras presta otro ejemplo, como un titular del pasado noviembre, en el Diario de Burgos: “Las entidades financieras redefinen su presencia en los pueblos pequeños”. O las firmas de moda de alta gama, que nunca anuncian “rebajas” en las páginas de los periódicos, sino “ventas especiales”.

También se presentan como anuncios de “contactos” los de prostitución, e incluso a veces se sustituye la palabra prostituta por “trabajadora sexual”.

La corrección política en el lenguaje ha alumbrado también eufemismos como “país en vías de desarrollo, en vez de país subdesarrollado”, apunta en este sentido Darío Villanueva, y especifica el mecanismo: “Una forma de afirmar algo malo es negar algo positivo”.

Las firmas de alta gama no anuncian rebajas, sino ventas especiales

El uso de lenguaje económico con determinados fines viene de antiguo, abunda Fernando Esteve. “Fíjese que, de toda la riqueza que crea una empresa, a los beneficios empresariales, se les llama excedentes empresariales, que significa algo bueno, y al beneficio del trabajador se le considera coste laboral unitario”, apunta. “Nadie quiere subir costes, por sentido común, y todos estaremos de acuerdo en que cuanto más excedentes tenga una empresa, mejor”, añade. “Eso ya lo tenemos incorporado a nuestro lenguaje [y, por tanto, a nuestro subconsciente]”, explica Esteve. Cuando se habla de educación o sanidad gratis, por ejemplo, se puede llegar a olvidar que ya se paga con impuestos.

El profesor también encuentra un sesgo o fin muy persuasivo o en el uso de algunas metáforas. “Cuando un político o economista se mete a dietista, échese a temblar”, alerta, “como cuando dicen: ‘Tenemos mucha grasa, debemos hacer dieta y entonces volveremos a estar bien’. Si logras trasladar esa imagen a unos ciudadanos que no saben de economía, confiarán ciegamente en que, en efecto, han estado comiendo demasiado y ahora les toca adelgazar, y que esa dieta, aunque les duela, es lo mejor que les puede pasar”.

Lo mismo ocurre con la resaca. Utilizar esa imagen para la crisis es, de alguna forma, llevar a la culpa a quien la sufre, por haberse emborrachado. “Para mí una de las cosas más cretinas de esta crisis es eso, hablar de resaca. Implica que ahora lo pasas mal porque has cometido excesos, y no podemos caer en la trampa de estas metáforas”, remata. Los periodistas, critica, “también se dejan llevar por la metáfora facilona”.

Gobierno y sindicatos
apelan si les interesa
a la moderación salarial

Los tecnicismos pueden convertirse también en grandes aliados del lenguaje edulcorado. Los expedientes de regulación de empleo (ERE) como forma de referirse a los despidos colectivos de una empresa son un buen ejemplo. Otro es el “concurso de acreedores”, que fue la forma que la ley de 2003 escogió para referirse a la antigua suspensión de pagos de las empresas, mucho más cruda y explícita.

La jerga financiera, que tan intrincada resulta a veces, también acaba teniendo un efecto nebuloso en la comunicación. “Exposición” a la deuda o “activos adjudicados”, para referirse muchas veces a los inmuebles que han embargado porque sus propietarios no podían pagar el crédito. Y, hace poco, la compañía aérea Spanair anunció que dejaba de operar por “falta de visibilidad financiera”, es decir, que no tenía dinero y no lograban que nadie se lo diera.

Los hombres de negocios
no tienen “problemas”,
afrontan “retos”

En este capítulo de la interminable crisis, no deja de oírse la palabra “sacrificio” cuando se habla de programas de recortes (los que buscan la “consolidación fiscal”). El proyecto europeo se tambalea a cuenta de los desequilibrios presupuestarios y la crisis de deuda soberana.

Es interesante acudir ahora a un análisis de Javier Pradera, publicado en este mismo periódico el 1 de agosto de 1993. Más allá del eufemismo recogía las negociaciones de Gobierno y agentes sociales para un plan de empleo. “Los bizantinos distingos del Ejecutivo para convencer a los españoles de que la convergencia con Europa exigiría esfuerzos pero no sacrificios casi agotó sus reservas de pólvora verbal”, escribía Pradera. “La inútil pugna semántica para determinar si el rigor de la política presupuestaria del nuevo Gobierno llevará a cabo un recorte de los gastos sociales o procederá sólo a su contención tal vez distraiga los ocios veraniegos, pero apenas ayudará a que la negociación progrese”, continuaba.

Y así presentó Miguel Boyer los presupuestos el 17 de mayo de 1983: “La lucha contra la inflación debe verse facilitada por una actitud de moderación salarial”.

Este tipo de lenguaje no habita solo en la boca de los poderes públicos, apunta Antón Costas. “También los sindicatos lo asumen cuando tiene que defender algunos pactos, como, por ejemplo los de moderación salarial”. Y es que moderación viene de moderar: templar, ajustar, arreglar algo evitando el exceso.

Algunos debates y sus recursos lingüísticos perduran con el tiempo. Vendrán más años malos, diría algún poeta melancólico. Los hombres de negocios, en cambio, esquivan los “problemas” en las entrevistas y suelen hablar más de “retos” o “desafíos”. Vendrán recortes, para unos, o ajustes, o reformas, o medidas de consolidación fiscal. Y otros lo llamarán amor.

Que batalla se ha librado y ganado en el mundo diciendo estoy a favor del consenso?