dimanche 4 décembre 2011

Russia 20 years after the USSR...

Rusia. Veinte años es mucho

PILAR BONET 04/12/2011

Vota
Resultado Sin interésPoco interesanteDe interésMuy interesanteImprescindible 23 votos
Imprimir Enviar

Hoy se celebran elecciones en Rusia. Y este mes se cumplen 20 años del encuentro entre los líderes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania que liquidó la URSS. Este es un relato de los entresijos de aquella reunión que cambió el mundo y adónde han llegado.

El líder ruso Vladímir Putin ha dicho que la desintegración de la URSS fue la "mayor catástrofe geopolítica" del siglo pasado. Pero no fue así como la vivieron los tres líderes eslavos que firmaron el certificado de defunción de aquel Estado el 8 de diciembre de 1991 en Visculí, un pabellón de caza situado en el bosque de Belovezhye (Bielorrusia).

      La noticia en otros webs

      "Siempre igual. Solo piensa en usted. Si se hubiera preocupado por la gente...", le soltó Yeltsin a Gorbachov en 1991

      Gorbachov le gritó a Yeltsin por teléfono: "¡¿Cómo que la Urss ya no existe?! ¡¿Y quién crees que soy yo?!"

      El presidente ruso Borís Yeltsin pidió que formularan "algún documento político bien escrito" en una hora

      El fin de la Urss fragmentó la vida de la gente. La tasa de suicidios se disparó. Y muchos pillos se hicieron millonarios

      Rusia se ha convertido en país de fuertes contrastes. El 39% de los jóvenes de 18 a 24 años solo piensan en emigrar

      En aquel lejano diciembre de hace 20 años, Putin dirigía el comité de relaciones exteriores de la alcaldía de San Petersburgo. Allí tutelaba las inversiones alemanas y concedía cuotas y licencias para exportar petróleo, metales, madera y otras materias primas a empresas que, a su vez, importaban carne, leche en polvo, patatas y otros bienes de consumo a la ciudad desabastecida. Esas operaciones de trueque provocaron alguna investigación que quedó inconclusa. Aquel otoño, el jurista Dmitri Medvédev, de 26 años, daba clase en la Universidad de San Petersburgo y colaboraba como asesor con la alcaldía y el comité de relaciones exteriores.

      El presidente Medvédev discrepa de su mentor y primer ministro sobre el fin de la URSS. Perdónenme, pero la desintegración de la URSS fue prácticamente incruenta. Esto no es la principal catástrofe, no puedo estar de acuerdo, aunque fue un acontecimiento difícil para mucha gente, ha dicho. Medvédev opina que las verdaderas catástrofes, que costaron la vida a millones de sus compatriotas, fueron la guerra civil tras la revolución bolchevique y la Segunda Guerra Mundial.

      El 7 de diciembre de 1991, el termómetro marcaba 25 grados bajo cero cuando los líderes eslavos comenzaron a llegar a Visculí, según cuenta en sus memorias Viacheslav Kébich, entonces jefe del Gobierno de Bielorrusia. El presidente de Ucrania Leonid Kravchuk alcanzó a abatir un jabalí antes de que se uniesen a él el jefe del Parlamento bielorruso Stanislav Shushkévich y el presidente de Rusia Borís Yeltsin. Desde un aeropuerto militar, la delegación rusa fue trasladada a Belovezhye en un cortejo de volgas blancos. Kravchuk y Yeltsin fueron alojados en el pabellón principal, un edificio de dos plantas construido en 1957 por Nikita Jruschov para sus cacerías. Por Belovezhye había pasado Leonid Bréznev e invitados como Fidel Castro, y ahí habrían disfrutado de la naturaleza Ted Turner, propietario de la CNN, y su esposa, Jane Fonda, aquel diciembre, de no haber sido por la cumbre eslava, que obligó a cancelar su visita.

      En Visculí, Yeltsin preguntó a Kravchuk si tenía intención de firmar un documento propuesto por el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, para renovar el Tratado de la Unión, el texto fundacional de la URSS, que había sido ratificado en 1922 por las tres repúblicas eslavas y la Federación de la Transcaucasia (Azerbaiyán, Georgia y Armenia).

      El ucranio respondió de forma evasiva y Yeltsin dijo que había que elaborar una nueva estructura política. La situación es trágica. Si no tomamos ahora algunas decisiones razonables, puede suceder una catástrofe humanitaria, y de eso a la guerra civil no hay más que un paso, advirtió Yeltsin, tras referirse a la crisis económica, la insatisfacción social y la indisciplina de las repúblicas federadas. El presidente ruso ordenó al segundo del Gobierno, Serguéi Shajrái, y al ministro de Exteriores, Andréi Kózirev, que formularan algún documento político bien escrito en el plazo de una hora. Lo redactaron a mano, porque no tenían máquina de escribir hasta que, desde una explotación agrícola cercana, trajeron una secretaria. Kébich, ahora arrepentido de su participación en aquellos acontecimientos, suponía que se estaban poniendo las nuevas bases más firmes y justas del Estado de la Unión, pues las fronteras, el ejército y la moneda y todos los elementos económicos del Estado seguían siendo comunes.

      Acompañándose de champán soviético, Yeltsin, Kravchuk y Shushkévich dieron forma a una nueva entidad a la que llamaron Comunidad de Estados Independientes (CEI), porque nadie quería oír la palabra soyuz (unión). A instancias de Yeltsin, a la vez que aprobaban un párrafo, se servíachampán soviético, según cuenta Kébich. El documento que allí se redactaba iba a llevar a un nuevo terreno jurídico la descomposición del Estado, que se había acelerado en agosto, tras el intento de golpe emprendido por altos funcionarios del régimen. Fracasada la conjura, Gorbachov había vuelto a ejercer como presidente de la URSS, pero el mundo había cambiado. Pese a su debilidad política, Gorbachov insistió en que las repúblicas soviéticas firmaran el Tratado de la Unión renovado, el documento de redistribución de competencias que el golpe les había impedido firmar en agosto de 1991.

      La subordinación al centro federal representado por Gorbachov no estaba en los planes de Yeltsin; para Ucrania, el nuevo Tratado de la Unión perdió su sentido tras el referéndum del 1 de diciembre que apoyó la opción independentista de Kravchuk. El ruso quiso reunirse con sus colegas eslavos sin Gorbachov, y Shushkévich se brindó a acogerlos en el bosque de Belovezhye, un refugio de bisontes en la frontera con Polonia. En Moscú, Gorbachov, que estaba al corriente del encuentro, preguntó a Yeltsin sobre los temas que iban a tratar y este lo tranquilizó diciendo que, con la ayuda de Shushkévich, iba a quitarle los sueños de independencia a Kravchuk.

      En realidad, en Visculí ocurrió todo lo contrario. Cuando los líderes eslavos se disponían a cenar el 7 de diciembre, Guennadi Búrbulis, por entonces secretario de Estado de Rusia, declaró que faltaba el artículo final: las tres repúblicas habían formado un nuevo sujeto de derecho internacional, pero antes había que denunciar el Tratado de la Unión de 1922. Kébich escribe que solo entonces comprendió el verdadero sentido de lo que estaba pasando.

      Esto es un verdadero golpe de Estado. He informado de todo a Moscú, al comité... (KGB), espero la orden de Gorbachov, le susurró Eduard Shirkovskii, jefe del Comité de Seguridad del Estado (KGB) de Bielorrusia.

      -¿Y tú crees que la darán?

      -Por supuesto. Es evidente que se trata de una traición, si llamamos a las cosas por su nombre. Entiéndame, tenía que reaccionar. Presté juramento dijo el jefe del KGB.

      -Podías haberme avisado.

      -Temía que no estuviera de acuerdo.

      Moscú no daba señales de vida. Según Kébich, Gorbachov sabía que no era difícil arrestar a los participantes en la cita de Belovezhye, pero no habría sabido qué hacer con ellos, ya que juzgarlos habría podido provocar una reacción popular. El 8 de diciembre por la tarde, los líderes eslavos firmaron el acuerdo alcanzado junto con otros documentos. Entre ellos estaba la declaración política que constataba la desaparición de la URSS como sujeto de derecho internacional y proclamaba a la CEI como su sucesora, un acuerdo de coordinación económica y otro para la colaboración en las fuerzas armadas y el control de las armas estratégicas. Los colegas eslavos habían esperado al presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, pero este se quedó en Moscú tras hablar con Gorbachov.

      Después de la firma, Yeltsin quiso informar al presidente estadounidense George Bush. Alguien propuso contárselo primero al presidente ruso. De ninguna manera. En primer lugar, la URSS ya no existe, Gorbachov no es presidente y no nos manda. Y en segundo lugar, para evitar imprevistos, mejor que sepa de esto como un hecho consumado irreversible, dijo Yeltsin. Llamaron a Washington cerca de la medianoche. Yeltsin parecía un escolar. Kósirev le traducía. Al otro lado del hilo, escucharon con atención y después preguntaron quién controlaba las armas atómicas. No se preocupe, señor presidente. El maletín con el botón lo tengo yo. No hay peligro de uso de armas atómicas. El mundo puede dormir tranquilo, dijo Yeltsin. Kébich dice que mintió, porque el maletín nuclear estaba en poder del presidente de la URSS. Luego, Yeltsin ordenó a Shushkévich que llamara a Gorbachov.

      -¿Por qué yo?

      -Y si no, ¿quién? Estamos en tu territorio. Tú eres el anfitrión...

      Pese a lo avanzado de la hora, Gorbachov estaba en el Kremlin con Yevgueni Sháposhnikov, ministro de Defensa de la URSS, que proponía arrestarlos a todos. No pueden dejar de llamar. Ten paciencia, le decía Gorbachov al militar. Shushkévich llamó al presidente de la URSS de mala gana. La URSS ha dejado de existir, articuló tras algunos rodeos. Borís Nikoláevich ya habló con el presidente de EE UU y George Bush afirmó que apoya nuestra decisión.

      -¿Por qué informan antes al presidente de EE UU que al de la URSS? ¿Está ahí Borís? ¡Pásame a Borís!

      Gorbachov gritaba tanto que todos los presentes lo oyeron...

      -Pregunto si está Borís ahí. ¡Dale el teléfono a Borís!

      -Mijaíl Serguéievich, Borís Nikoláevich me encargó...

      -Vete al... No quiero hablar contigo. Dale el teléfono a Borís.

      Yeltsin tomó el auricular.

      -Borís, ¿qué habéis hecho?

      -Mijaíl Serguéievich, los dirigentes de tres repúblicas, preocupados por el destino de nuestros pueblos, hemos tomado la decisión de denunciar el Tratado de la Unión de 1922. La URSS ya no existe.

      -¡¿Cómo que no existe?! ¡¿Y quién crees que soy yo?!

      -Usted siempre igual. Solo piensa en usted. Sus ambiciones personales son lo primero. Si se hubiera preocupado un poco por la gente y por el país, todo habría sido diferente... En resumen, ya resolveremos su situación de alguna manera -exclamó Yeltsin y colgó.

      Kébich tuvo la sensación de haber cruzado el Rubicón en un evento más parecido a un chiste que a una tragedia histórica. Tres hombres que habían tomado un trago se reunieron en un apartado bosque, se divirtieron un poco y declararon que el Estado había sido abolido.

      El acuerdo de Belovezhye fue ratificado con gran celeridad y apabullantes mayorías, en el Parlamento ruso, con solo seis votos en contra, y en el bielorruso, con uno. El 25 de diciembre, Mijaíl Gorbachov se dirigió a sus conciudadanos por última vez como presidente de la URSS y se arrió la bandera soviética del Kremlin. El presidente quería despedirse el 24 de diciembre, pero le convencí para que no estropeara la Nochebuena a Occidente, dice Andréi Grachov, entonces secretario de prensa del líder soviético.

      El gobierno ruso actuaba como un equipo de bomberos y la economía estaba en ruinas. El acuerdo de Belovezhye fue una fórmula jurídica para describir lo que había pasado ya, fue un divorcio con el mínimo riesgo de convertirse en un enfrentamiento sangriento por la herencia de la URSS", señala Búrbulis, según el cual en agosto de 1991 era evidente que la URSS ya no existía y que cualquier intento de mantenerla por métodos físicos, de emergencia o político-militares entrañaba el peligro de una guerra civil.

      Nadie tenía ni idea sobre cómo vivir con aquella independencia de facto y de iureSolo quedaba no permitir que las peligrosas divergencias se convirtieran en conflicto, continúa Búrbulis. No teníamos ningún modelo de reintegración. Creíamos que si nos ocupábamos de la economía, seríamos como un campo magnético que atraería a nuestros socios históricos.

      Uno de los puntos más espinosos de las discusiones de Belovezhye fue Crimea, la península poblada sobre todo por rusos que Nikita Jruschov había regalado a Ucrania. Yegor Gaidar, el padre de las reformas económicas rusas, me contó en 2005 que Yeltsin pasó muchas horas tratando de convencer a Kravchuk de que excluyera a Crimea del acuerdo de Belovezhye para resolver este tema después, pero Kravchuk fue inflexible y se dispuso a marcharse. El sistema de mando de las armas estratégicas soviéticas estaba centralizado, pero no así el de las armas tácticas, explicaba Gaidar. "Nadie sabía lo que podía pasar en un territorio donde el jefe de una unidad podía tomar decisiones sobre armas nucleares. Nadie sabía a quién se someterían en una circunstancia así, señalaba el político. La disyuntiva estaba entre un tratado pacífico sin reclamaciones territoriales a Ucrania y a Kazajistán o arriesgarse a una desintegración como la de Yugoslavia, pero con armas nucleares.

      Por eso Yeltsin decidió que la desintegración pacífica era preferible a una variante violenta y que era mejor hacer concesiones territoriales. Creo que no se imaginaba que para mayo de 1992 todas las armas tácticas nucleares ubicadas en Ucrania iban a ser concentradas en Rusia, relataba el economista, fallecido en 2009.

      Han pasado 20 años y los protagonistas de aquella época están en la periferia de la vida política actual o han fallecido. En Moscú, Gorbachov tiene su propia fundación y disfruta de la compañía de su hija, sus dos nietas y su bisnieta. En Kiev, Leonid Kravchuk, padre de la independencia ucraniana, dirige también una fundación, escribe libros y participa en debates. En Minsk, Shushkévich es un furibundo adversario del autoritario líder Alexandr Lukashenko y milita en un partido socialdemócrata. A finales de 1999, Yeltsin renunció a la presidencia a favor de Putin, que le dio garantías de seguridad para él y sus parientes. En su funeral, en 2007, sonó el himno ruso-soviético que tanto había odiado.

      Las eminencias grises de Yeltsin viven discretamente en Moscú y no se apresuran a publicar memorias. Búrbulis organiza veladas filosóficas, y Shajrái, el hábil jurista que dio forma a los documentos clave del Estado ruso, es vicepresidente del Tribunal de Cuentas y de la federación de bádminton, un deporte practicado también por el presidente Medvédev.

      En cuanto a los escenarios, la residencia de Visculí pertenece a la Administración del presidente Alexandr Lukashenko, está cerrada al público y se utiliza para acontecimientos oficiales. En cambio, el nacimiento de la URSS, el 30 de noviembre de 1922 en el Bolshói, es conmemorado con una lápida en la fachada de ese teatro. La lápida se mantiene también después de la restauración que ha suprimido muchos de los elementos decorativos de la época soviética.

      El año 1991 fragmentó la vida de los ciudadanos soviéticos. Millones de personas tuvieron que reinventarse o empezar de nuevo, emigraron a nuevas patrias y experimentaron vertiginosos ascensos y descensos sociales. Científicos de élite en paro y oficiales desmovilizados hacían de taxistas para poder comer, y pillos y delincuentes se transformaron en multimillonarios y oligarcas. Fueron procesos traumáticos y desgarradores. Los índices de suicidio se dispararon, según constataba el profesor Borís Polozhii, del centro de psiquiatría V. P. Serbski. El peor año fue 1995, con 42 casos por 100.000 habitantes, cuando la media mundial es de 14. La situación ha mejorado; el año pasado, Rusia registró 23,5 suicidios por 100.000 habitantes y descendió al sexto lugar del mundo, lo que es un progreso en relación al segundo puesto ocupado en el pasado. En contraste con los suicidios de adultos, que han disminuido, ha aumentado el coeficiente de suicidios infantiles (hasta 15 años de edad) y adolescentes; en 2010 fueron 3,6 y 20, respectivamente (las medias mundiales son 1,5 y 7,3). Polozhii lo atribuye a los "rasgos negativos" de la sociedad rusa: la intolerancia, la indiferencia ante los otros, la crueldad y la devaluación de la vida humana, incluida la propia.

      Los noventa fueron años salvajes. Se produjo un total cambio de valores y había que aceptar que lo que habías hecho antes no valía para nada. El nuevo valor era el dinero, y se mataba por él. Fue una experiencia cruel, pero también muy valiosa, si uno conseguía superarla y seguir siendo una persona, opina Iliá Kochevrin, que en 1991, tras haber estudiado filología en Moscú, se adaptaba al mundo en cambio trabajando en un mercado de París. Ahora, Kochevrin, de 49 años, es vicepresidente de una de las estructuras de Gazprom, el monopolio exportador de gas.

      Rusia ha cambiado mucho en estos 20 años. Con todo, la sombra de la URSS se proyecta -protectora o amenazante- sobre las vidas de los rusos, incluso de los más jóvenes. La nostalgia es en parte una reacción a las duras realidades de un proceso hoy encallado en el autoritarismo y la corrupción. También es un producto cultivado con fines políticos por el régimen de Vladímir Putin, que recuperó los símbolos soviéticos y los mezcló con los rusos para sostener la ilusión de continuidad. En marzo, el 58% de los rusos lamentaban que hubiera desaparecido la URSS frente al 27% que no (en diciembre de 2000 eran 75% y 19%, respectivamente), según una encuesta del centro Levada. Borís Dubin, especialista de este centro, dice que los jóvenes reciben una imagen básicamente positiva de la URSS a través de la familia. Y añade que la mitificación de la antigua patria, su asociación con una idea de victoria y poder, diferencian a la juventud rusa de las nuevas generaciones de Europa del Este.

      En una charla en la Facultad de Periodismo de la Universidad Internacional de Moscú, los estudiantes, chicas y chicos de entre 17 y 22 años, enumeran las asociaciones positivas y negativas que les despierta la URSS. Entre las primeras figuran la educación gratuita y de buena calidad, el nivel de la ciencia, los servicios médicos y el pleno empleo. Entre las segundas, la censura, el telón de acero, la atmósfera de represión, el temor y la escasez de bienes de consumo. Sus abuelas les han contado que llevaron a sus hijos a bautizar en secreto, y sus padres, que se pasaban horas en las colas y que sus profesores les reñían por llevar vaqueros con la bandera de EE UU.

      En 1991, Rusia quería liberarse de sus vecinos. Veinte años después quiere estrechar sus lazos con ellos. En vísperas de las elecciones legislativas del 4 de diciembre, Putin ha abogado por integrar el espacio possoviético en una nueva Unión Euroasiática en la que se articularían organizaciones regionales surgidas en la ex-URSS como el Espacio Económico Único. Esta entidad suprimió en julio los controles aduaneros entre los tres países integrantes, Rusia, Kazajistán y Bielorrusia. La Unión Euroasiática se construirá sobre principios de integración universales, como parte inseparable de la gran Europa, unida por los valores comunes de la libertad, la democracia y las leyes de mercado, ha dicho Putin.

      Bajo el mandato de este dirigente, Rusia se ha hecho más dependiente que antes de los hidrocarburos y es un país de fuertes contrastes. Tiene zonas que prosperan y se modernizan a velocidades de vértigo, impulsadas por los hidrocarburos, y regiones deprimidas y estancadas. También es un país de pobres y ricos, donde los amigos de los dirigentes, incluidos los compañeros de yudo de Putin, amasan fortunas sensacionales gracias a contratos con compañías estatales que no reparan en gastos. Por su experiencia histórica, los rusos tienden a pensar que cualquier cambio va a ser a peor, de ahí que sean poco amigos de las revoluciones, tanto más cuando disfrutan de una amplia libertad individual, multiplicada por Internet. Por número de usuarios de la Red (51 millones), Rusia, un país de 142 millones de habitantes, aventaja a Alemania, Francia y Reino Unido.

      Aumentan los automovilistas que muestran su enfado haciendo sonar la bocina cuando son obligados a pararse para ceder el paso a las comitivas de los dirigentes protegidos por despóticos servicios de seguridad. Aumentan también los famosos que se atreven a polemizar con Putin, como el rockero Yuri Shevchuk. Pero las protestas sociales de momento son aisladas y carecen de masa crítica para provocar reformas de calado en un sistema corrupto y enquistado. Lo que sí hay es sentido del humor. En 2010, el grupo Voiná (guerra) dibujó un gigantesco falo en un puente de San Petersburgo. Por la noche, el puente se alzó y, con él, la representación anatómica.

      Algunos politólogos piensan que la esperanza está en los jóvenes, lo que es una tesis polémica, porque la juventud rusa es variopinta. Por razones materiales o de carrera, hay estudiantes que se integran en Nashi y otras demagógicas y desagradables organizaciones utilizadas por el Kremlin en campañas de intimidación o para neutralizar protestas. Los afiliados de Nashi han sido convocados a Moscú hoy, en la noche electoral, algo que parece reflejar el temor de las autoridades a que se produzcan manifestaciones callejeras. Otros jóvenes solo piensan en emigrar. Un sondeo del Centro Ruso de Estudio de la Opinión Publica indica que el 39% de los ciudadanos de 18 a 24 años quieren marcharse a trabajar permanentemente al extranjero.

      En una tertulia sobre la emigración, estudiantes de periodismo expresaban sus propias tribulaciones. Para mí es una situación muy seria, dice Kostia, de 19 años, cuyo padre emigró a EE UU a principios de los noventa y ahora, ya establecido, quiere que su familia se reúna con él. Mi madre es del Cáucaso, así que yo soy parcialmente lezguín (miembro de una minoría étnica de Daguestán) y me duele que surjan conflictos raciales solo porque hay gente agresiva que se busca una excusa para golpear a otros. En Rusia no hay garantías de nada, pero ¿qué garantías hay en Occidente?, señala una compañera. En Rusia hay muchos problemas graves y, como periodistas, tenemos algunos específicos muy graves, señala aludiendo a los colegas golpeados por tratar de impedir la construcción de una autopista entre Moscú y San Petersburgo por el bosque de Jimki.

      En Rusia es más fácil hacer negocios. Los millonarios de aquí perderían gran parte de su fortuna si vivieran en Europa, dice otro chico.

      ¿Influirá el retorno de Putin a la presidencia en la emigración? Otra joven, de nombre Eleonora, contesta: Ahora sabemos que Putin será presidente y que mandará el partido dirigente, Rusia Unida, y que no tendrá competidores. Está claro que eso conduce a la depresión y al estancamiento. Aquí no pasa nada, y a muchos les parece que solo si se van podrá cambiar algo en su vida.

      vendredi 2 décembre 2011

      Living wage v Minimum salary...

      No Money for a Living Wage? But Fat Abounds

      Everyone knows what marbled steak looks like, with the streaks of fat running through the red meat, right in front of your eyes. The marbled public works project is harder to recognize, but it most certainly exists.

      Take, for instance, a sports stadium that was built with vast sums of taxpayer money. Naturally, boilers were needed. Five companies bid for the work, but the lowest bidder did not win. Instead, the runner-up, backed by a City Council member, got the contract, which ended up being worth more than $275,000.

      Subsequently, the head of the boiler company signed 10 checks, for a total of $50,000. All were paid to the council member’s political club or to the council member personally. The council member himself is said to have filled in the signed checks with the amounts and the payees.

      Now the fat here, even though it involved Yankee Stadium, may not be staring you in the eye like a cut of prime sirloin in the supermarket display case. In the scheme of things, the boiler deal was barely a rounding error, less than two-hundredths of 1 percent on a $1.5 billion construction project. And it’s likely that no one outside of a few inside players would have known about it had the City Council member involved, Larry B. Seabrook of the Bronx, not been brought to trial on corruption charges.

      Still, it is instructive: Even that tiny project was marbled with enough fat for a politician to get a $50,000 taste. Members of the City Council and the mayor are now debating legislation that would require what is called a “living wage” of $10 per hour, plus benefits, for people who work at developments that have received more than $1 million in public subsidies. If the employers do not include benefits, then the hourly wage could be no lower than $11.50.

      The Bloomberg administration has argued that the bill would hurt the very people it is meant to help. Incentives are given to projects that would not proceed otherwise, Tokumbo Shobowale, the chief of staff to the deputy mayor for economic development, told the Council last week, and the living wage requirements would erode their value — meaning that the developments would not get built.

      The mandates thus “do not redistribute the financial benefits of incentives from developers to workers,” Mr. Shobowale said. “They take benefits from some lower-wage workers and give them to others.”

      It is not entirely clear why that would be so; examined rigorously, these projects are not universally lean. For instance, the $50,000 that was loosened from the boiler contract to the possible benefit of Mr. Seabrook could have paid a worker the difference between the minimum wage of $7.25 and the living wage of $11.50 for nearly six years.

      Still, the living wage debate is a broken one.

      Since 1990, the portion of low-wage workers in New York City with some college education has increased by 70 percent, but wages for low-income workers as a whole have declined by 8 percent, according to the Fiscal Policy Institute, an economic research organization that supports the proposed law. In 1990, those at the bottom were paid $10.85 an hour, adjusted for inflation; last year, it was $10. No one doubts that the city’s economic life is skewed.

      “We live in one of the most prosperous cities in the history of the world, and yet far too many New Yorkers live below or dangerously near the poverty line,” Mr. Shobowale said in his testimony.

      Over the last year, the Council bill has been changed so much that it most likely would have covered no more than five or six development projects a year from 2002 to 2008, according to testimony from George Sweeting, the deputy director of the city’s Independent Budget Office.

      Mr. Shobowale, in his testimony, said that more radical approaches that have been taken in other cities would not be as harmful as the Council proposal.

      “San Francisco, for example, has enacted a citywide minimum wage, which — while covering a greater number of people — has the benefit of not creating a ‘checkerboard’ effect, and impacting only certain projects or neighborhoods,” he said.

      In fact, the minimum wage set by San Francisco will be $10.24 in January, along with mandatory contributions to health insurance funds.

      In New York, a far more modest proposal has become the occasion for high-profile soul-searching and head-scratching by the mayor and the City Council speaker. And forget the steak: this is a mighty battle about crumbs for a few people.

      Poor Texas, poor children, poor future...

      Poor Economy Leaves More Children at Risk

      Jennifer Whitney for The Texas Tribune

      A girl playing last month at the Emergency Shelter for Teen Mothers and Young Children, a unit of the Austin Children's Shelter.

      Judge Darlene Byrne sat on the bench one Monday in November hearing the 28th case of the day on her Child Protective Services docket. The young woman before her was pregnant with her ninth child and wanted to reunite with her other eight children who were scattered among various homes.

      The Texas Tribune

      Expanded coverage of Texas is produced by The Texas Tribune, a nonprofit news organization. To join the conversation about this article, go to texastribune.org.

      Jennifer Whitney for The Texas Tribune

      High chairs lined up at the Austin Children's Shelter.

      Bob Daemmrich for The Texas Tribune

      Judge Darlene Byrne hears Child Protective Services cases, some of which may involve the Austin Children's Shelter.

      The otherwise patient and soft-spoken judge raised her voice.

      “These children did not make this mess; the adults in this room made this mess,” she said to the mother, whose name has been withheld to protect her and her children’s identities. “Love does not feed or shelter or clothe or take your kids to the doctor. Love’s a good thing, but it’s not enough to raise a kid.”

      More children are living in poverty than ever in Texas. About 1.7 million Texas children — 26 percent of the total population — live below the federal poverty level, according to United States census data released this week. And experts speculate that a key factor in the increase in reports of child abuse and neglect is the struggling economy; the number of reported cases of abuse has gone up 6 percent in Texas since 2008, before the recession.

      In Travis County, the number of new cases opened with Child Protective Services rose 36 percent from 2008 to 2011.

      “In an economic downturn, when you’re losing your job, it pushes you over the edge in terms of the resources you have both internally and externally to care for your kid,” said Jane Burstain, a senior policy analyst at the Center for Public Policy Priorities, a liberal research group.

      Texas lawmakers have worked in recent years to keep children in their homes or with relatives instead of moving them to foster care. In Judge Byrne’s 126th Judicial District Civil Court chambers in Austin, the goal is to reunite children with their families. But in many cases, like that of the pregnant mother she saw in November, it does not work.

      “The thought that that’s even appropriate is staggering to me, that we’ve got another child on the way and Mom and Dad can’t even take care of these,” Judge Byrne said. (Judge Byrne is a donor to The Texas Tribune.)

      The foster-care system is overwhelmed, and Child Protective Services, like most state agencies, was hit with severe cuts during the 2011 legislative session.

      Financing to prevent child abuse was slashed 44 percent. And because the Legislative Budget Board did not increase money for caseload growth or to support family services or relative caregivers, the agency will continue to operate on a budget designed in 2009. Shelters and facilities that care for children and provide services like domestic-violence prevention are struggling to find ways to serve more families with far fewer dollars.

      The Austin Children’s Shelter receives about 30 percent of its money from the state and relies on private donations and grants to make up the rest.

      The number of teenagers in the shelter’s emergency program has risen 23 percent since 2010, and the number of teenagers in the shelter has grown by 27 percent. More people are also staying longer, including two children who have stayed for two years.

      Kelly White, the shelter’s chief executive, said it has seen a surge in the number of children who require serious treatment.

      “We’re doing everything we can to not have it affect care,” said Ms. White, who has laid off two employees. “Some things we’ve done to save money we realized were not good for kids, so we’re having to figure out other ways to do that.”

      Ms. White said the larger number of older youths coming in is most likely a result of the economy. “All of those things create the fertile ground that can create more abuse situations,” she said.

      The average stay has nearly doubled, to 62 days in 2011 from 32 days in 2008. And many youths who have aged out of foster care end up back in the shelter, Ms. White said, often because they cannot find jobs.

      In Austin, SafePlace, which provides services to victims of domestic violence and to children accompanied by family members, has seen a 60 percent increase in the number of parents who have children in the Child Protective Services system.

      “I don’t think that a bad economy causes violence,” said Julia Spann, executive director of SafePlace. “The precursors are already there, and then you add all the stressors and it gets worse. Then it’s harder to get help, and for shelters it’s harder because people don’t even have the means to leave the shelter because they can’t get jobs.”

      To keep children in foster programs connected with their families or communities, the Department of Family and Protective Services is working on a plan to restructure how the state pays for foster care so that children can stay close to home and quickly move out of the system into permanent homes.

      The program, which will award a contract in 2012, aims to help children who bounce around between multiple foster homes, as was the case with one Austin Children’s Shelter client who had lived in 32 foster homes by the time he was 16.

      Although Ms. White said the overhaul is necessary, the new program will most likely reduce the amount of state money the shelter and other care facilities around Texas receive because it could result in lower reimbursement rates for services.

      “I hate talking about kids where you get down to a rate,” Ms. White said, “but unfortunately we have to make sure that we also pay our bills.”

      Patrick Crimmins, a spokesman for the Department of Family and Protective Services, said that with no end in sight to the recession, the agency is reallocating resources statewide to have as many caseworkers as possible working directly with families. It is also constantly monitoring caseloads, he said, to ensure they are manageable.

      “It is, admittedly, a big job,” he said, “but we are up to it.”

      Que batalla se ha librado y ganado en el mundo diciendo estoy a favor del consenso?